Lillo el "maestro" de Pep Guardiola
Los cinco meses que Pep Guardiola pasó en México y que definieron su carrera
Parecía que solo estaban mirando pasar el tiempo una de esas tardes largas y sofocantes, confinados en los alrededores del Hotel Lucerna en Culiacán, México, pero de repente Pep Guardiola describió su visión del gol perfecto a Ángel Morales.
En el transcurso de los cinco meses que pasó en el noroeste de México, Guardiola, quien se convertiría en el mejor entrenador de fútbol de su generación, y Morales, un medio creativo, esforzado y confiable, pasaron horas juntos, comiendo, relajándose y conversando. Y aunque ha pasado una década, esa idea, el destilado más puro de la filosofía de Guardiola, ha pervivido en Morales.
“Dijo que su gol ideal era una jugada que involucraba a todos los jugadores del campo”, señaló Morales. “Desde el portero al delantero, todos tocarían el balón una vez y al final: gol. Le dije que era imposible. Soy argentino. Me gusta tocar el balón tres o cuatro veces y luego driblar a alguien. Pero eso fue lo que dijo. Y entonces, unos años más tarde, cuando estaba en Barcelona, vi cómo era una realidad: el fútbol tal cual lo había descrito Pep”.
Esta es una semana emotiva para Guardiola. El miércoles, tras cinco meses de comenzar su temporada como director técnico del Manchester City, volverá aquí, al Camp Nou, en la fase de grupos de la Liga de Campeones de Europa.
Del mismo modo que sucedió cuando llegó a la ciudad con el Bayern Munich, lo recibirán como héroe. Guardiola siempre estará ligado intrínsecamente al Barcelona, a Cataluña. Creció en Santpedor, un pueblo medieval de lazos fuertes en lo alto de las colinas, a un par de horas al norte de la ciudad, donde todas las casas son de terracota y sus puertas no usan pestillo. Sus padres siguen viviendo ahí. Hablan catalán como su primera lengua.
Una de sus hermanas trabaja para el gobierno regional catalán.
También fue en Barcelona donde Guardiola se destacó como jugador y donde, como entrenador debutante, nutrió a uno de los equipos más grandes de la historia, con el cual ganó dos veces la Liga de Campeones y tres veces la Liga Española.
Del mismo modo, todo lo hizo con el estilo del Barcelona, el que aprendió como jugador de Johan Cruyff y después resumió como: “Tomo el balón, paso el balón, tomo el balón, paso el balón”. Barcelona venera a Guardiola porque, de nacimiento y por inclinación, es uno de los suyos.
Sin embargo, resultaría insuficiente pensar que todo su éxito fuera simplemente el producto de una institución. Sus influencias son mucho más variadas. Antes de tomar las riendas del Barcelona, quiso conocer los puntos de vista de Marcelo Bielsa, el gran entrenador argentino. También buscó el consejo del chef Ferran Adrià, entre otros.
Pero tal vez hubo alguien más importante. Cuando sus días de jugador se acercaban al final, llegó hasta Culiacán, al Hotel Lucerna, para ser jugador y aprender de Juan Manuel Lillo, un entrenador español poco conocido que había recorrido muchos países y al que siempre había admirado. Es un capítulo curioso, pero crucial, en la carrera de Guardiola. Si las ideas de Pep tomaron forma en Barcelona, entonces se refinaron en México.
“La historia de cómo conocí a Pep es verdad”, dijo Lillo el domingo en una entrevista. “Había jugado contra mis equipos, pero un día de 1998, después de un partido entre Barcelona y mi Real Oviedo, mi delegado tocó a la puerta de la oficina y me dijo que Pep quería presentarse. ¿Y yo lo querría ver? ¿Cómo decirle que no a un jugador que me gustaba tanto? Dijo que quería conocer mi forma de jugar y conversamos. Desde entonces siempre hemos estado en contacto”.
Después de que llegara a su fin su época como jugador del Barcelona, y tras su paso por Italia, Guardiola se mudó a Catar para lo que muchos supusieron sería la conclusión lucrativa de su carrera como jugador. Sin embargo, haría las pretemporadas con los equipos de Lillo para mantener su acondicionamiento físico. Los dos se volvieron tan cercanos que Lillo ahora lo describe como “una de las personas más importantes en mi vida; es como un hijo para mí”.
“Siempre dijo que los tres entrenadores que más le gustaban éramos Bielsa, Arsène Wenger y yo”, señaló Lillo, quien ahora es asistente del Sevilla. A finales de 2005, al ver que su amigo trabajaba en México, Guardiola creyó que probablemente esa sería la última oportunidad que tendría para jugar en uno de sus equipos.
Ese año, Lillo había tomado el mando de los Dorados de Sinaloa, un equipo sin brillo que se encontraba en el extremo equivocado de la primera división de México, ahora Liga MX. El club no tenía muchos recursos: en ocasiones había problemas para pagarle a los jugadores y, en vez de entrenar en un lugar tradicional, Lillo debía preparar a su escuadra en un parque acuático.
La ciudad también era peligrosa. Culiacán era el corazón del territorio que controlaba la organización delictiva más poderosa en México, el Cartel de Sinaloa, que en ese momento encabezaba Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como el Chapo. Lillo recordó que solía haber noticias de “muerte y asesinatos”, y que “no era un lugar seguro”. Unos meses más tarde, el ejército mexicano inundaría la zona y abriría otro frente sangriento en la Guerra contra las Drogas.
No obstante, cuando Lillo le pidió a Guardiola que firmara un contrato a corto plazo, aceptó: el atractivo de jugar para su amigo era suficiente para vencer cualquier duda.
La aventura no tuvo un final feliz —Dorados descendió de división y Guardiola, acosado por las lesiones, solo jugó 10 veces—, pero Pep dejó una marca indeleble. “Cuando recuerdo mi carrera hay un antes y un después de haber jugado con Guardiola”, dijo Marco Mendoza, un mediocampista mexicano que jugó en ese equipo. “Con solo jugar a su lado, verlo y escucharlo, mejoré. Había tanto que aprender de él”.
Sebastián Abreu, un delantero experimentado de Uruguay, recordó que Guardiola pasaba horas con él después de los entrenamientos para enseñarle cómo posicionarse en el campo. “No le gustaba mi forma de recibir el balón”, comentó Abreu alguna vez a ESPN.
“Siempre que me veía hacerlo, decía: ‘No, Loco, si lo haces así, pierdes tres segundos’. Yo le decía que no, hasta que un día me dijo que se quedaría hasta tarde porque ‘si hice que un jugador como Romario lo hiciera, también lo lograré contigo’. Al final, le tomé la palabra”.
Morales también opinó que el Guardiola que conoció en Culiacán solo era jugador en el papel. “Ya estaba empezando su carrera de entrenador”, comentó. Lillo lo veía de manera diferente. “Jugaba como un ángel”, dijo. “Tuve mucha suerte de poder entrenarlo, aun con las lesiones. Es el mejor jugador con el que he trabajado. Pero nació para ser entrenador. El problema es que, si amas el fútbol, debes jugarlo primero”.
Lillo y Guardiola hablaban diario mientras estuvieron en Culiacán, y creaban e intercambiaban ideas, señaló el entrenador. Modestamente, Lillo desmitificó la noción de que él ayudó a que Guardiola se convirtiera en el entrenador que es ahora, pero se sabe que Pep ha descrito a Lillo, de 50 años, como su “maestro” y “el mejor entrenador que haya tenido”.
Lillo tiene buenos recuerdos del tiempo que pasaron juntos en Culiacán, ese crisol improbable de grandeza, pero son recuerdos entre un maestro y un pupilo.
“La felicidad no se encuentra en un lugar”, indicó. “Ahí no había mucha seguridad en ese momento, pero vivíamos para trabajar y para ser amigos, así que lo demás no nos preocupaba. Recuerdo feliz aquellos días por las emociones que me traen, emociones que perduran hasta hoy y que durarán mientras tengamos vida”.
Le basta con llamar “amigo” a Guardiola; no necesita creer que en Culiacán se convirtió en el entrenador que es hoy. Después de todo, como dijo Lillo, “un maestro no necesita de otro maestro”.
En el transcurso de los cinco meses que pasó en el noroeste de México, Guardiola, quien se convertiría en el mejor entrenador de fútbol de su generación, y Morales, un medio creativo, esforzado y confiable, pasaron horas juntos, comiendo, relajándose y conversando. Y aunque ha pasado una década, esa idea, el destilado más puro de la filosofía de Guardiola, ha pervivido en Morales.
“Dijo que su gol ideal era una jugada que involucraba a todos los jugadores del campo”, señaló Morales. “Desde el portero al delantero, todos tocarían el balón una vez y al final: gol. Le dije que era imposible. Soy argentino. Me gusta tocar el balón tres o cuatro veces y luego driblar a alguien. Pero eso fue lo que dijo. Y entonces, unos años más tarde, cuando estaba en Barcelona, vi cómo era una realidad: el fútbol tal cual lo había descrito Pep”.
Esta es una semana emotiva para Guardiola. El miércoles, tras cinco meses de comenzar su temporada como director técnico del Manchester City, volverá aquí, al Camp Nou, en la fase de grupos de la Liga de Campeones de Europa.
Del mismo modo que sucedió cuando llegó a la ciudad con el Bayern Munich, lo recibirán como héroe. Guardiola siempre estará ligado intrínsecamente al Barcelona, a Cataluña. Creció en Santpedor, un pueblo medieval de lazos fuertes en lo alto de las colinas, a un par de horas al norte de la ciudad, donde todas las casas son de terracota y sus puertas no usan pestillo. Sus padres siguen viviendo ahí. Hablan catalán como su primera lengua.
Una de sus hermanas trabaja para el gobierno regional catalán.
También fue en Barcelona donde Guardiola se destacó como jugador y donde, como entrenador debutante, nutrió a uno de los equipos más grandes de la historia, con el cual ganó dos veces la Liga de Campeones y tres veces la Liga Española.
Del mismo modo, todo lo hizo con el estilo del Barcelona, el que aprendió como jugador de Johan Cruyff y después resumió como: “Tomo el balón, paso el balón, tomo el balón, paso el balón”. Barcelona venera a Guardiola porque, de nacimiento y por inclinación, es uno de los suyos.
Sin embargo, resultaría insuficiente pensar que todo su éxito fuera simplemente el producto de una institución. Sus influencias son mucho más variadas. Antes de tomar las riendas del Barcelona, quiso conocer los puntos de vista de Marcelo Bielsa, el gran entrenador argentino. También buscó el consejo del chef Ferran Adrià, entre otros.
Pero tal vez hubo alguien más importante. Cuando sus días de jugador se acercaban al final, llegó hasta Culiacán, al Hotel Lucerna, para ser jugador y aprender de Juan Manuel Lillo, un entrenador español poco conocido que había recorrido muchos países y al que siempre había admirado. Es un capítulo curioso, pero crucial, en la carrera de Guardiola. Si las ideas de Pep tomaron forma en Barcelona, entonces se refinaron en México.
“La historia de cómo conocí a Pep es verdad”, dijo Lillo el domingo en una entrevista. “Había jugado contra mis equipos, pero un día de 1998, después de un partido entre Barcelona y mi Real Oviedo, mi delegado tocó a la puerta de la oficina y me dijo que Pep quería presentarse. ¿Y yo lo querría ver? ¿Cómo decirle que no a un jugador que me gustaba tanto? Dijo que quería conocer mi forma de jugar y conversamos. Desde entonces siempre hemos estado en contacto”.
Juan Manuel Lillo, izquierda, con Pep Guardiola en 2010. Lillo fue el entrenador de Guardiola en los Dorados de Sinaloa hace 10 años.
Después de que llegara a su fin su época como jugador del Barcelona, y tras su paso por Italia, Guardiola se mudó a Catar para lo que muchos supusieron sería la conclusión lucrativa de su carrera como jugador. Sin embargo, haría las pretemporadas con los equipos de Lillo para mantener su acondicionamiento físico. Los dos se volvieron tan cercanos que Lillo ahora lo describe como “una de las personas más importantes en mi vida; es como un hijo para mí”.
“Siempre dijo que los tres entrenadores que más le gustaban éramos Bielsa, Arsène Wenger y yo”, señaló Lillo, quien ahora es asistente del Sevilla. A finales de 2005, al ver que su amigo trabajaba en México, Guardiola creyó que probablemente esa sería la última oportunidad que tendría para jugar en uno de sus equipos.
Ese año, Lillo había tomado el mando de los Dorados de Sinaloa, un equipo sin brillo que se encontraba en el extremo equivocado de la primera división de México, ahora Liga MX. El club no tenía muchos recursos: en ocasiones había problemas para pagarle a los jugadores y, en vez de entrenar en un lugar tradicional, Lillo debía preparar a su escuadra en un parque acuático.
La ciudad también era peligrosa. Culiacán era el corazón del territorio que controlaba la organización delictiva más poderosa en México, el Cartel de Sinaloa, que en ese momento encabezaba Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como el Chapo. Lillo recordó que solía haber noticias de “muerte y asesinatos”, y que “no era un lugar seguro”. Unos meses más tarde, el ejército mexicano inundaría la zona y abriría otro frente sangriento en la Guerra contra las Drogas.
No obstante, cuando Lillo le pidió a Guardiola que firmara un contrato a corto plazo, aceptó: el atractivo de jugar para su amigo era suficiente para vencer cualquier duda.
La aventura no tuvo un final feliz —Dorados descendió de división y Guardiola, acosado por las lesiones, solo jugó 10 veces—, pero Pep dejó una marca indeleble. “Cuando recuerdo mi carrera hay un antes y un después de haber jugado con Guardiola”, dijo Marco Mendoza, un mediocampista mexicano que jugó en ese equipo. “Con solo jugar a su lado, verlo y escucharlo, mejoré. Había tanto que aprender de él”.
Sebastián Abreu, un delantero experimentado de Uruguay, recordó que Guardiola pasaba horas con él después de los entrenamientos para enseñarle cómo posicionarse en el campo. “No le gustaba mi forma de recibir el balón”, comentó Abreu alguna vez a ESPN.
“Siempre que me veía hacerlo, decía: ‘No, Loco, si lo haces así, pierdes tres segundos’. Yo le decía que no, hasta que un día me dijo que se quedaría hasta tarde porque ‘si hice que un jugador como Romario lo hiciera, también lo lograré contigo’. Al final, le tomé la palabra”.
Morales también opinó que el Guardiola que conoció en Culiacán solo era jugador en el papel. “Ya estaba empezando su carrera de entrenador”, comentó. Lillo lo veía de manera diferente. “Jugaba como un ángel”, dijo. “Tuve mucha suerte de poder entrenarlo, aun con las lesiones. Es el mejor jugador con el que he trabajado. Pero nació para ser entrenador. El problema es que, si amas el fútbol, debes jugarlo primero”.
Lillo y Guardiola hablaban diario mientras estuvieron en Culiacán, y creaban e intercambiaban ideas, señaló el entrenador. Modestamente, Lillo desmitificó la noción de que él ayudó a que Guardiola se convirtiera en el entrenador que es ahora, pero se sabe que Pep ha descrito a Lillo, de 50 años, como su “maestro” y “el mejor entrenador que haya tenido”.
Lillo tiene buenos recuerdos del tiempo que pasaron juntos en Culiacán, ese crisol improbable de grandeza, pero son recuerdos entre un maestro y un pupilo.
“La felicidad no se encuentra en un lugar”, indicó. “Ahí no había mucha seguridad en ese momento, pero vivíamos para trabajar y para ser amigos, así que lo demás no nos preocupaba. Recuerdo feliz aquellos días por las emociones que me traen, emociones que perduran hasta hoy y que durarán mientras tengamos vida”.
Le basta con llamar “amigo” a Guardiola; no necesita creer que en Culiacán se convirtió en el entrenador que es hoy. Después de todo, como dijo Lillo, “un maestro no necesita de otro maestro”.