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Usain Bolt y cuando los héroes vencen a los "malvados"



Muchos medios periodísticos han presentado la victoria de Usain Bolt sobre Justin Gatlin, en la final de los 100 metros del Mundial de Atletismo de Pekín, como un equivalente de ese cliché de las películas de aventuras: la beldad es el espíritu competitivo, la diligencia es el atletismo, el auriga es el presidente de la IAAF, los "indios malos" son los atletas que se dopan y el héroe, claro, es Bolt.

En el caso de los 100 metros en el Mundial de Pekín las crónicas destacaron el aspecto más sensacionalista, porque Gatlin, el gran favorito, tiene antecedentes de consumo de drogas estimulantes y muchos creen que las autoridades fueron demasiado tolerantes cuando le permitieron seguir compitiendo. (Redujeron su pena porque él aceptó incriminar a su entrenador.)


Nada menos que cuatro de los nueve velocistas en la final de los 100m tienen ese tipo de antecedentes: aparte de Gatlin, figuran en la lista Tyson Gay, Asafa Powell y Mike Rodgers.

Los sociólogos suelen describir el fenómeno deportivo como una aventura con buenos y malos, según las identificaciones que haga el público, por la sencilla razón de que todos, incluso los malvados en la vida real, imaginan que su deportista preferido es el héroe que representa "el bien".




Gatlin y Bolt se abrazan. Bolt dijo entender que los medios hayan calificado su triunfo como el "salvador del atletismo"; pero el aclaró que primero lo hizo por él.

El periodismo, a su vez, percibe que el público atribuye a sus deportistas o equipos favoritos los ideales sociales del momento; también, por supuesto, tiende a justificar en los deportistas, tanto "buenos" como "malos", excesos y abusos que en otros tipos sociales serían más censurables.

Pero en las actuales circunstancias, debido a las numerosas denuncias y hasta pruebas documentales de la proliferación del dopaje en el atletismo internacional, así como la aparente tolerancia de las autoridades del deporte, la actitud del periodismo destaca el papel del héroe como"salvador".

De allí el entusiasmo y alivio con que fue recibido el triunfo de Bolt.

Cabe preguntarse cómo habrían sido los titulares de haber ganado Gatlin, algo que hubiera sido natural, dadas las respectivas trayectorias y marcas de ambos atletas en los últimos dos años.

"El triunfo de Gatlin hunde al atletismo en el abismo de..." No, ningún editor responsable aprobaría un título semejante, por la sencilla razón de que Gatlin no es Lucifer, ni siquiera un delincuente; corre porque está autorizado y se supone que ahora está "limpio". ¿Es que ahora no creemos en la rehabilitación de los transgresores?

Este tipo de reacciones ante lo que es, simplemente, un resultado deportivo en que el hombre más rápido, Gatlin, se amilanó ante la poderosa presencia física y psicológica de Bolt, cediendo la carrera en los últimos 10 metros, se debe al mar de fondo en el atletismo y la percepción popular de que el deporte está barriendo sus inmundicias debajo la alfombra, sin querer reconocer sus alcances.



La madre de Justin Gatlin, Jeanette Gatlin, consuela a su hijo tras perder la prueba que más quería ganar.

Cabe señalar que en las semis Gatlin, muy cómodo, marcó 9,77 segundos, sin esforzarse en los últimos metros. En la final, Bolt, a toda máquina, sólo registró 9,79; Gatlin, perdiendo la compostura en el tramo final, se quedó en 9,80.

En atletismo no basta con ser rápido: también es necesario tener más entereza, serenidad y concentración que el adversario. Gatlin no había perdido en 28 carreras consecutivas, pero fue vencido en la que más le importaba por un hombre que, por sus lesiones, ya no es el rayo de antes.

Pero hay otra razón que explica los titulares sobre la "salvación del atletismo".

La opinión pública internacional está despertando paulatinamente a la impresión de que el atletismo podría estar contaminado de corrupción, en una forma similar a la del ciclismo hace unos años
.




Muchos creen que Bolt ganó, pero lo más correcto sería decir que Gatlin perdió una carrera que tuvo ganada hasta faltando cinco metros.

Muchos cifran sus esperanzas en el británico Sebastian Coe, nuevo presidente de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF), excampeón olímpico de 1.500m en Moscú 80 y Los Angeles 84, así como Premio Príncipe de Asturias de los Deportes en 1987, principal gestor de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y… en fin, muchas cosas más, un prócer por donde lo miren.

Pero, y aquí hay un pero, Coe también es un personaje político, en el sentido de que hace política, ya que de otra forma no hubiera llegado al puesto que ocupa. Y es por eso, dicen sus críticos (muchos de ellos británicos), que se ha mostrado muy reticente y poco claro sobre la documentación incriminante revelada recientemente por diversas fuentes periodísticas e institucionales.

Refiriéndose, por ejemplo, a los persuasivos documentos sobre los presuntos alcances del dopaje de atletas rusos, revelados por el Sunday Times y la radio alemana ARD, Coe dijo que la denuncia equivalía a "una declaración de guerra contra la IAAF", una declaración defensiva bastante endeble.