RAFA NADAL, LEYENDA EN ROLAND GARROS.
Espectacular, así se define la final vista en París. Un Nadal-Federer. Otro capítulo inolvidable para este deporte, con dos de los mejores tenistas de la historia en su octava final de Grand Slam. Ésta habrá que guardarla como oro en paño, quizá sea la última o quizá no.
La Phillipe Chatrier abarrotada, con las banderas española y suiza ondeando en lo alto, el público entregado a la grandeza de Roger y a una animadversión patente hacia el ya hexacampeón del torneo. Con el cielo encapotado y un parón anunciado a causa de la lluvia.
Un partido con un prólogo escrito en la final parisina del 2008 y con los mismos protagonistas. Allí se impuso el balear por 6-1, 6-3 y 6-0, una auténtica paliza. La reedición del duelo se presentaba más igualada y con novedades: una bola más viva, pequeña y dura; y un Federer más valiente, con un tenis más directo. Aunque los argumentos eran los mismos: el español martilleando el revés de su rival con una derecha cruzada y alta; y el suizo buscando ganadores, dejadas y peloteos cortos.
Todo empezó de cara para el helvético. Federer salió lanzado, agresivo. Un break alentó su juego, y enfiló el set entre raquetazos desde cualquier esquina de la pista. Con 5-2 dispuso de bola de set, pero se le escapó; y despertó a la fiera. Nadal, hasta entonces lento de piernas y tímido en el peloteo, entró como un huracán y le endosó siete juegos consecutivos 7-5 y 2-0.
Los errores no forzados estaban enterrando al suizo, y llegó la lluvia, que trajo un parón de trece minutos cuando Nadal sacaba por el segundo set (7-5 y 5-4 y 40 iguales). Tras la reanudación, el español perdió su saque, pero acabó llevándose la manga en el tie break. Todo parecía decidido, hasta que el suizo se reinventó a base de dejadas para ganar el tercer set (5-7), momento en que la grada parisina se puso en pié: 'Roger, Roger…'
Nadal no dudó un ápice, recuperó el guión preestablecido y empezó a mandar con su derecha para cerrar el partido con mucha suficiencia (6-1) y acallar los rugidos de una Phillipe Chatrier, que nunca tuvo un guiño hacia el tenista español, hacia un jugador que es historia viva del torneo.
A Borg lo adoraban, a él, apenas lo respetan. Quizá por eso, su sexta corona en París tuvo más mérito que ninguna. El año que viene ha prometido volver.